viernes, 1 de julio de 2011

Bajo del autobús inundada por la historia del libro que actualmente estoy leyendo,
cruzo la calle y te veo por casualidad.
Me quedo paralizada.
Te recuerdo perfectamente, no has cambiado nada.
Lo único distinto es esa estrella que te has tatuado en el codo.

Me miras, más de una vez. De arriba a abajo, como echándome un piporo con la mirada.
Me sonríes vacilando. ¡NI TE ATREVAS!
Y lo haces, porque no me recuerdas.
No recuerdas a aquella niña que iba a jugar con sus amigas a la puerta de tu casa. Aquella niña de 13 años a la que un día dejaste sin lágrimas.
Porque tú, y tu imprudencia, os lo llevasteis.

Siento asco, pero no puedo apartar mi vista de ti. Vas delante, andando, y de vez en cuando te giras de forma disimulada para volver a mirarme.  ¡QUE NO TE ATREVAS!
Deseaba con todas mis fuerzas que me miraras a lo ojos, ojalá hubieras tenido cojones.
Hasta hoy, pensaba que no odiaba a nadie.


No quiero volver a verte nunca. Pero tampoco te voy a olvidar, porque olvidarte significaría olvidar también a la persona que siempre me acompaña.

¡Ya se lo que voy a hacer!
Seguiré recordándote con el nombre que te puse hace 11 años: "EL HIJO DE PUTA"